
Me dirigí al ordenador, puse en marcha la televisión y, después de parar la grabación, la retrocedí hasta que me indicó que comenzaban las imágenes de aquella noche.
Empezaban con la entrada de mi amigo Manuel en el laboratorio. La cámara enfocaba la mesa y al fondo, la puerta de entrada. Lorenzo no la cerró por previsión de no encontrarse con ánimos después para abrirlas.
Pulsó el aparato de llamada y con muchísimo esfuerzo se tendió en la cama.
Se vio una especie de destello en un punto fuera de la imagen de cámara y mi amigo se incorporó levemente sonriendo.
En ese momento se abrió la puerta del fondo, entró el sobrino con la escopeta y descerrajó un tiro a algo que estaba hacia donde se notó el destello.
-¿Qué has hecho, maldito? -exclamó mi amigo- ¡Maldito, maldito! ¿Qué pretendes?
-¿Qué que pretendo? ¡Viejo estúpido! Pretendo que mueras, viejo usurero ¿No pudiste matarte cuando te puse el cordel en la escalera? ¿Acaso tienes siete vidas cómo los gatos? Aun soy joven, se que soy tu heredero y no voy a esperar a ser un viejo achacoso cómo tu para gozar un poco con el dinero que tu no aprovechas. ¿Aun querías vivir más? ¡No lo consentiré! ¡Nada, sea humano o alienígena, podrá impedirme que siendo aun joven, y hasta el fin de mis días, goce con la fortuna que tu no gastarás jamás!
Mientras Manolo intentaba incorporarse y gritaba ¡Maldito, maldito, maldito, aborto del infierno! Con toda seguridad pensaba más en el ser muerto por el canalla de su sobrino, que en su, casi segura, muerte.
Entonces, el sobrino, tomó una jeringuilla con una larga aguja hipodérmica y se la clavó en el corazón.
-¡Muere viejo estúpido, el monstruo te ha matado! -dijo mientras seguía empujando la aguja y removiendo hacia los lados para que causara el mayor daño posible.