
¿Qué podíamos decir? La sorpresa nos había dejado sin habla, parecía que era realidad, que no estaba loco. ¿Quién podría inventarse una historia tan fantástica?
-No se que decirte -le dije por fin-, si cualquiera que no fueras tu me lo hubiera contado, pensaría que estaba mal de la cabeza, pero tu, tú eres capaz de haber creado el aparato y haberlo conseguido, eres, sin lugar a dudas, la mente más perfecta de principios del siglo 21. Te ayudaré en todo lo que pueda, me tienes a tu disposición.
-No, amigo mío -me dijo- se que lo harías, pero este fin de semana necesito que se quede mi sobrino. A él no le espera nadie y yo he dado permiso a mi asistenta, para tener la casa entera para mi. Si todo funciona, cómo estoy seguro, en un rato estaré con movilidad total en las piernas, pero he de tener en cuenta que los músculos están paralizados durante mucho tiempo, con lo que es posible que me cueste un poco desplazarme. Por esto necesito que se quede mi sobrino. No podrá estar con nosotros, porque no le he comentado nada a este ser y nunca me ha gustado tener a nadie en mi laboratorio. Todo este tiempo estaré solo, y cuando haya acabado y el ser haya regresado a su mundo por hoy, ya saldré. La asistenta ha dejado suficiente comida, solamente será cuestión de estar conmigo hasta que yo vea que me valgo perfectamente. Solo falta que mi sobrino esté conforme.
-Por supuesto, tío -dijo el muchacho.
Todavía continuamos un par de horas hablando de las cosas que había aprendido, del método que empleaba para comunicarse, de los aparatos que llevaba el ser. Le preguntamos porqué no le había puesto nombre o si se lo había dicho, y nos dijo que creía que eran mudos, nunca había hecho ningún ruido, aunque también era posible que, al tener el traje apegado a su estructura, no pudiera emitir ningún sonido.
Por fin, salí para mi casa y él se quedó con su sobrino, al que vi francamente aterrorizado, pero no quise decir nada.