-Abuela -le dije saboreando una estupenda torta casera- ¿tu todavía conocerías el asunto de los dos carreteros del que el pueblo está tan orgulloso.
-¡Pues claro Paquito! Uno de ellos todavía era familia mia. Ten en cuenta que todos pensábamos que al final habría sangre entre ellos, y ya ves cual es el caracter de este pueblo.
-Muy cierto abuela, pocos pueblos pueden presumir de que sus vecinos se lleven bien.
-¿Conoces la historia?
-No, y me encantaría que me la contaras.
-Bueno, no es muy larga, supongo que será de cuatro o cinco pedazos de torta.
Y guiñándome un ojo, a su estilo, comenzo la historia.
No hace tantos años, vivían en un pueblo del interior, dos carreteros que se dedicaban a hacer transporte entre la capital y el pueblo. Uno de ellos, hombre taciturno y reservado, tenía un negocio próspero y fue mejorando su carro y y sus recua muy a menudo. El tener mejor transporte y mejores pollinos hacía que ganara a su contrincante comercial en un par de horas en cada transporte, lo que redundaba en más encargos.
Tanto es así que en el pueblo se comentaba que seguramente tendría que comprar un segundo carro y contratar algún arriero que le ayudara en el negocio.
El segundo carretero, campechano y bonachón, se alegraba por lo bien que le iba a su vecino, pero se preguntaba el por que a él no le funcionaba con la misma intensidad. No se explicaba el motivo puesto que, en un principio tenían un carro parecido, casi idénticos animales y como guinda de la tarta, él era infinitamente más apreciado en el pueblo. Poco a poco entendió que las dos horas que su vecino ahorraba eran muy importantes para sus clientes.
Supuso que seguramente conocía algún atajo y se propuso seguirlo algún día que no tuviera encargos.
Y este día llegó. Se levantó a las cuatro de la mañana para estar a las cinco cerca de su vecino y poder seguirlo en la distancia.
Y así lo hizo. Intentando que no se diera cuenta su malcarado contrincante comercial, lo siguió hasta la entrada a la ciudad. Pero no había tomado ningún camino extraño, ni había hecho nada que él no hiciera. Todo el camino fue realizado lo mismo que él hacía el suyo. ¡Pero había llegado dos horas antes! ¿Como era posible?
Triste y cabizbajo regresó al pueblo.
Aquella noche unos golpes en su puerta lo hicieron dejar su cena a medio terminar y fue a abrir la puerta.
En el dintel estaba su malhumorado vecino que le extendía la mano al tiempo que le decía.
-Vecino, he visto que me seguías y estoy seguro del por que. Te entiendo y si me invitas a un café tengo que comentarte alguna cosa.