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Cuentos de Manuela

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-Abuela -le dije saboreando una estupenda torta casera- ¿tu todavía conocerías el asunto de los dos carreteros del que el pueblo está tan orgulloso.

-¡Pues claro Paquito! Uno de ellos todavía era familia mia. Ten en cuenta que todos pensábamos que al final habría sangre entre ellos, y ya ves cual es el caracter de este pueblo.

-Muy cierto abuela, pocos pueblos pueden presumir de que sus vecinos se lleven bien.

-¿Conoces la historia?

-No, y me encantaría que me la contaras.

-Bueno, no es muy larga, supongo que será de cuatro o cinco pedazos de torta.

Y guiñándome un ojo, a su estilo, comenzo la historia.


Los dos carreteros.
No hace tantos años, vivían en un pueblo del interior, dos carreteros que se dedicaban a hacer transporte entre la capital y el pueblo. Uno de ellos, hombre taciturno y reservado, tenía un negocio próspero y fue mejorando su carro y y sus recua muy a menudo. El tener mejor transporte y mejores pollinos hacía que ganara a su contrincante comercial en un par de horas en cada transporte, lo que redundaba en más encargos.

Tanto es así que en el pueblo se comentaba que seguramente tendría que comprar un segundo carro y contratar algún arriero que le ayudara en el negocio.

El segundo carretero, campechano y bonachón, se alegraba por lo bien que le iba a su vecino, pero se preguntaba el por que a él no le funcionaba con la misma intensidad. No se explicaba el motivo puesto que, en un principio tenían un carro parecido, casi idénticos animales y como guinda de la tarta, él era infinitamente más apreciado en el pueblo. Poco a poco entendió que las dos horas que su vecino ahorraba eran muy importantes para sus clientes.

Supuso que seguramente conocía algún atajo y se propuso seguirlo algún día que no tuviera encargos.

Y este día llegó. Se levantó a las cuatro de la mañana para estar a las cinco cerca de su vecino y poder seguirlo en la distancia.

Y así lo hizo. Intentando que no se diera cuenta su malcarado contrincante comercial, lo siguió hasta la entrada a la ciudad. Pero no había tomado ningún camino extraño, ni había hecho nada que él no hiciera. Todo el camino fue realizado lo mismo que él hacía el suyo. ¡Pero había llegado dos horas antes! ¿Como era posible?

Triste y cabizbajo regresó al pueblo.

Aquella noche unos golpes en su puerta lo hicieron dejar su cena a medio terminar y fue a abrir la puerta.

En el dintel estaba su malhumorado vecino que le extendía la mano al tiempo que le decía.

-Vecino, he visto que me seguías y estoy seguro del por que. Te entiendo y si me invitas a un café tengo que comentarte alguna cosa.

-Por supuesto vecino -contesto el campechano. Pasa y hablamos pero, antes que nada, te ruego que me perdones. Me avergüenzo de mi conducta.

-No es nada. Vamos a por ese café y te cuento.

Sentaronse a la mesa, la despejó de platos y cacharros que quedaban del resto de su frugal cena, y después de algún comentario sobre el tiempo y lo cara que estaba la vida, el taciturno carretero le dijo entre sorbo y sorbo del aguado café.

-”Mira vecino, tu eres una buena persona y siempre nos hemos portado con corrección entre nosotros. Actualmente me va tan bien en el negocio que me sobrepasa y yo, tengo que decirte que me encuentro viejo. He ahorrado algún dinero y con él, la venta de mis carros y animales, y con los tres pedazos de huerta que tengo puedo vivir modestamente sin necesidad de levantarme a las cuatro de la mañana todos los días.

Ya tengo apalabrada la venta de mi recua y carro. Voy a dejarme solamente un asno para que me ayude en el campo. Pero quiero explicarte un par de cosas porque no me gustaría que otro arriero me sustituyera y siendo menos comprensivo contigo, pudiera perjudicarte. Ven mañana a las cinco a mi casa y haremos el camino juntos, te iré comentando y antes de salir verás cuales son mis secretos.”

Aquella noche no pudo pegar los ojos nuestro buen carretero pensando en todas las cosas que habían hablado y con el interés de descubrir el gran secreto.

A las cinco, estaba como un clavo a la puerta de su vecino. Al instante se abrieron las puertas de las cuadras y el otrora malhumorado compadre lo llamó.

-Pasa y voy a ir explicándote. Primera pregunta ¿Que es lo primero que haces con tus animales?

-Pues les doy la comida y agua para que hagan bien el camino.

-Mal hecho. Estos están sin comer desde ayer cuando regresábamos a las cuatro de la tarde.

Extrañóse nuestro buen vecino pero no hizo ningún comentario por no ser mal educado.

-Ahora les voy a explicar la ruta -siguió el maestro a la vez que cogía una vara de junco.

A continuación paso a pegarle unos zurriagazos a los dos burros que iban a hacer el camino, al tiempo que les decía.

-No m’habeis hecho na, pero esto es por si acaso y pa que no s’os ocurra faltarme al respeto. ¡Ala, al carro y a tirar p’alante!

Con ojos como platos, el buen carretero no salía de su asombro. Se sentó en el pescante junto con su vecino y salieron a hacer el camino diario.

Desde luego estaba claro que la recua tiraba más rápido del carro y ni tan siquiera hicieron un amago de ramonear las tiernas hojas de los árboles que crecían al lado del camino. Parecía que tuvieran prisa por llegar e hicieron la ida y la vuelta sin ningún problema ahorrándose cerca de cuatro horas con respecto a las que a nuestro amigo le costaban.

Cuando regresaron a las cuadras descincharon a los animales y les dieron agua y comida. Al tiempo el taciturno carretero hablaba a las bestias y les pasaba la mano por el lomo acariciándolos.

-Te has dado cuenta vecino -le dijo a su compadre- Esto se hace desde que el mundo es mundo. Sean animales o personas procura que te teman, hazlos pasar hambre y luego puedes hacerlos trabajar hasta que desfallezcan, no te preocupes que su memoria es muy corta y en cuanto les enseñe el pienso me verán como a su protector y me seguirán sin pensarlo. Han hecho todo el camino pensando en el estómago y en que podrían comer cuando llegaran a la cuadra. Después me he hecho el bueno y ya se han olvidado de los zurriagazos hasta mañana. Como ves, vecino, hago lo mismo que el gobierno que vive de nosotros, nos amenaza, nos castiga y luego se nos pasa cuando nos ofrece unas migajas de lo que previamente nos ha quitado.

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