
Prólogo
En las poblaciones cercanas a Valencia, hay muchas urbanizaciones que acogen a los ciudadanos que salen huyendo de la gran ciudad. Para unos es su domicilio permanente, para otros es un descanso semanal del ruido y estrés generado en la urbe.
En una de ellas vivía el profesor Manuel Durán, físico muy nombrado en su tiempo, pero que al jubilarse a la edad de 69 años se había aislado en un chalet enorme en la urbanización Pins D’Estiu.
Al poco tiempo de retirarse tuvo un accidente en el que perdió una gran parte de la movilidad de sus piernas, podía vestirse, hacer sus necesidades e inclusive ducharse, pero siempre ayudado por un andador, el resto del tiempo lo pasaba en su silla de ruedas. Sus contactos con el exterior eran pocos y distantes; visitas recibía muy pocas a excepción de su amigo Lorenzo, una mujer muy mayor que le hacía la limpieza y la comida y un sobrino que le visitaba un par de veces por semana.
Gracias a este sobrino, no fue más grave su accidente al caerse por las escaleras. Desde entonces el profesor le tuvo en gran estima. Era el único hijo de su hermana pequeña a la que él adoró. Lamentablemente hacía cinco años que había muerto, unos decían que de un ataque al corazón y las malas lenguas que desesperada por los disgustos que le daba su hijo. Por esta razón el profesor estuvo desde entonces muy distante con su sobrino, hasta que se dio cuenta de que no era tan mala persona cuando empezó a visitarlo, y después reconoció que dedicó mucho esfuerzo a su rehabilitación.
El profesor, hombre parco y retraído, jamás se casó y a lo largo de su vida acumuló una gran fortuna, no solo por su trabajo, también fue engrosada por muchos premios y seis o siete patentes que habían generado una apreciable cantidad de dinero.
Con parte de ella, que no la disminuyó en gran cosa, montó en su casa un laboratorio, en el que seguía incansable buscado algo que, a excepción de su gran amigo Lorenzo, nadie conocía.
Lorenzo, a su vez, era amigo nuestro y, después de los acontecimientos que narraremos, consintió en darnos algunas de las anotaciones hechas por el profesor, después de prometerle que, bajo ningún concepto, desvelaríamos ni su secreto ni su identidad. Así pues, los nombres y lugares son inventados, pero la historia es totalmente cierta.
La primera parte son las anotaciones del profesor Durán, la siguiente es el relato de Lorenzo que fue testigo indirecto.
Pasamos pues, sin más dilación a contaros este otro caso que estamos seguros que os agradará.
Nota: Evitamos poner las fechas y la hora para no hacerlo demasiado extenso.